Esta película expone una dualidad casi existencial en donde la inteligencia artificial y lo humano se conectan de alguna manera, cuestionando su propia esencia, abordando temas complejos mediante ilustraciones visuales, simbolismos sutiles y fragmentos narrativos que, en conjunto, otorgan un profundo significado. A lo largo de la historia, emergen cuestionamientos existenciales que van mucho más allá de la tecnología: ¿Dónde termina lo humano y comienza lo artificial? ¿Cuál es el límite entre una creación biológica y una inteligencia fabricada?
Las escenografías no son simples decorados; es un retrato de la humanidad en ruinas donde la evolución devora lo esencial, la vida real, quizás pasamos tanto tiempo en nuestras vidas artificiales que nuestro escape, es sentir la realidad. Por otro lado, se puede observar que la película esta cuidadosamente construida para generar una sensación de incertidumbre, qué pertenece o es el mundo natural y qué el artificial. Se pone en juego el valor de lo cotidiano, lo aparentemente insignificante cobra un nuevo sentido, un nuevo valor… ¿Qué es realmente importante, ahora?
Es en este escenario se desarrolla el fenómeno de los replicantes, seres que tensionan la noción misma de humanidad, seres creados gracias al avance tecnológico, su existencia nos enfrenta al límite de nuestro propio sentir, nuestra fragilidad, de lo que entendemos por alma, conciencia, libertad y experiencias… a través de ellos, la película nos lanza una pregunta demasiado profunda: ¿Qué significa realmente ser humano?
Las réplicas son androides biotecnológicos con características humanas, diseñados por la corporación Wallece dirigida por Niander Wallace, un empresario poderoso y obsesionado con perfeccionar la creación de estos seres, dado que su único propósito es servir como esclavos, función para la cual fueron específicamente programados y fabricados.
El protagonista es «K» un replicante de nueva generación que trabaja como Blade Runner para la policía de Los Ángeles, como tarea debe eliminar a varias replicas antiguas y es así cuando llega a una granja donde encuentra a Sapper Morton. Tras matarlo, descubre junto a un árbol seco, unas flores, algo orgánico, real y totalmente inusual, que en este mundo no se podría ver, ni conocer por ningún lado, junto al árbol encuentra una caja enterrada que contiene restos óseos de una replicante que murió dando a luz, acontecimiento que no resulta natural, pues los replicantes solo se fabrican, son adultos, esto es sin duda un simbolismo excepcional, el hecho de nacer, de poder crear, de sentir protección, eso hace parte de las virtudes humanas.
Este hallazgo sacude por completo la visión futurista de los gobernantes en este mundo; los replicantes, supuestamente infértiles, podrían reproducirse, ese hecho podría provocar un colapso del orden social y del control que los humanos ejercen sobre los replicantes, pues Wallace representa la arrogancia del hombre que quiere crear vida sin aceptar sus consecuencias, crea para controlar, no para comprender. Ahora bien, la idea de vivir en un mundo artificial, pero, con el deseo constante de controlar absolutamente todo y de paso el miedo y poder de la “humanización” de lo creado, ¿quién crea algo más poderoso que sí mismo para luego tener que controlarlo? Los seres humanos proyectamos parte de nosotros en todo lo que fabricamos; inevitablemente, le transferimos humanidad incluso a lo artificial. Porque sí, al crear, también nos reflejamos, y ahí está la paradoja: queremos controlar lo que, en el fondo, lleva nuestra huella más profunda.
K recibe la orden de rastrear y eliminar al «niño nacido» para evitar el caos, pero mientras investiga, empieza a sospechar que él mismo podría ser ese niño, dado que tiene recuerdos implantados que parecen reales, especialmente uno relacionado con un caballo de madera, cuya fecha es igual a una fecha que encontró en el árbol seco, es así como K recuerda que ese caballo quedo escondido en un orfanato, el orfanato en el que “creció”.
A medida que pasa la película nos damos cuenta que K es despreciado por la sociedad y solo cumple ordenes, no tiene libertad, pero siente… una vez llega a su casa, se puede observar que tiene una relación afectiva con Joi, un holograma, quien es creada por la misma compañía que crea las replicas y es diseñada para ser una compañía emocional y brindar apoyó, como lo haría una pareja ideal, Joí aunque es un holograma generalizado, de alguna manera sacude los deseos internos de K. Actualmente lo podemos ver reflejado en muchas IA, acaso no nos hemos sentido acompañados cuando expresamos lo que sentimos en alguna inteligencia artificial, algunas personas prefieren ponerle nombre a su asistente de IA, poner un nombre es poner una identidad, ¿Acaso, no somos muchas veces K?
Durante la búsqueda de la propia identidad, de saber si sus anhelos de ser real son una verdad o no, K lleva su recuerdo a una especialista en recuerdos la Dra. Ana Stelline y descubre una verdad dura: el recuerdo que él tiene es real… esto deja en desconcierto a K, pues, reafirma su posición inicial acerca de qué él podría ser el hijo, el niño que han estado buscando… en su viaje investigativo visita las ruinas de Las Vegas y encuentra a Rick Deckard, el Blade Runner original, Deckard vive escondido desde hace décadas, después de un gran confrontamiento se revela que el niño replicante que nació es el hijo que Deckard tuvo con Rachael, una de las primeras replicantes
Mientras tanto, Niander Wallace también está obsesionado con encontrar al niño, porque si los replicantes pueden reproducirse, podría crear una especie entera sin necesidad de fabricarlos, haciendo alusión a su deseo por tener esclavos que se reproduzcan, Niander, siendo uno de los pocos humanos, quizás, en realidad, su humanidad no resaltaba… ¿o sí? Envía a Luv, su fiel asistente replicante, para rastrear a K y a Deckard. Luv secuestra a Deckard y lo lleva a la corporación Wallace, donde Wallace intenta que revele el paradero del niño, Deckard se niega, incluso bajo tortura.
Resulta interesante interpretar que es lo que en realidad la película nos quiere proyectar, quizás un intercambio de roles, una visión futurista de la codicia humana, el poder de la creación, el poder de la inteligencia artificial, la línea tan difusa que existe en lo “humano” y lo “programado” cada escena que se filma en Blade Runner 2049 va mas allá de lo que simplemente podemos ver..
Entre los materiales inorgánicos y la dureza con la que fue creada y programa Luv, se puede recrear diferentes aspectos que la vuelven interesante, Luv, siendo una replicante más y mano derecha de Niander Wallace, muestra emocionalidades durante las escenas; dolor cuando replicantes no fértiles tienen que ser eliminados, muestra voluntad cuando decide mentir, cuando esconde su emocionalidad en frente de su “amo” y de manera intrínseca se observa su deseo de poder ser libre, pues si su especie es capaz de procrear por si sola, pueden decidir, sería el comienzo de una nueva era, es la orden de Wallace, pero ¿existe la posibilidad de que exista una intensión propia?
K, dado por muerto, regresa en un acto de redención y rescata a Deckard en una intensa escena de acción. Lo lleva hasta la Dra. Ana Stelline, la experta en la creación de recuerdos y, en realidad, su hija, la hija nacida del improbable amor entre dos replicantes.
Ana, a diferencia de los demás, sí vivió, tuvo experiencias auténticas, emociones propias, una existencia singular, es por eso que sus recuerdos son distintos: están cargados de verdad. El caballo de madera que obsesionó a K no era su recuerdo, sino uno real que le pertenecía a ella, un fragmento auténtico de su infancia, implantado en múltiples replicantes, entre ellos K, todo esto resulta bastante profundo pues ella no solo fabrica recuerdos, la verdadera realidad de lo que la hacía ser tan buena es que Ana proyecta su propia “humanidad” diciéndolo de ese modo, pues es hija de dos replicantes, que, quizá lograron lo imposible, resignificar su propia programación.
Quizás cotidianamente no le demos un protagonismo esencial a los recuerdos, pero, si te paras a pensar querido lector, la película trae en sí, la minuciosa magia de lo que tenemos por fabrica, los recuerdos nos hacen sentir, nos hacen vivir, nos llenan de coraje y generan un horizonte de vida, generar vínculos, afectos y de paso, nos hace sentir vivos.
K, aunque quizá no haya sido el «hijo milagro» que tanto anhelaba ser, sin embargo, pudo hacer algo que resignifica su programación, su función de ser esclavo, K eligió, eligió morir siendo un puente entre un padre y su hija, proteger una verdad que podía cambiarlo todo, y esa capacidad de decidir, de entregarse por algo más grande que sí mismo, también es profundamente humano. Tal vez su deseo de pertenecer no se cumplió del todo, pero fue escuchado, tocado, resignificado, porque, al final del día… ¿qué nos hace verdaderamente humanos? ¿Ser creados de forma orgánica? ¿O ser capaces de sentir, elegir y amar incluso sin haber nacido como tal?