Anhelo de naturaleza

Por VALERIA BURGOS NASCIMENTO. Universidad de Cartagena

Durante las vacaciones pasadas, estuve releyendo Devotions de Mary Oliver (2017), una antología que recopila varios poemas de todas sus obras. Aunque lo leí por primera vez en enero, no había dejado de pensar en él. A finales de agosto, mientras me dirigía a la universidad, sucedió algo digno de un poema suyo, si hubiera nacido en Cartagena y usara Transcaribe. Después de los días más calurosos del año, el 28 de agosto llovía desde la madrugada. Cuando salí a tomar el Transcaribe al mediodía, el cielo aún estaba nublado y caían gotas. Iba mirando lejos por la ventana del bus cuando, al pasar frente al Hotel Caribe,vi en el parqueadero a un venado de pie bajo la lluvia, inmóvil, como si fuera su primera vez en ella. Me acerqué más a la ventana y traté de retener la imagen en mi mente mientras el movimiento del bus insistía en alejarme de ella. El venado mantuvo la misma posición de principio a fin: erguido sobre sus cuatro patas, la cabeza vuelta hacia atrás y los ojos fijos en el bus. Recordé un poema de Mary Oliver en el que ella, dormida en un campo de arándanos, fue sorprendida por un venado. Se miraron y sintió la respiración entrecortada del animal; luego de olfatearla, el venado continuó galopando felizmente.

Pero yo no vivo en un pueblo en el noreste de los Estados Unidos. Por más que camine y camine, no llegaré a un lugar seguro donde los animales hagan su vida lejos de nosotros. Y o vivo en Cartagena, donde el monte no significa paz ni refugio. Aquí nos toca conformarnos con unas pocas “zonas verdes” y hacer picnics en césped sintético. Lo que nos queda de lo salvaje y primitivo de la naturaleza es el calor, del cual a veces ni siquiera la lluvia ni todos los árboles de la ciudad pueden protegernos. Aquí el venado (que ahora vive en un hotel de lujo) y yo solo podemos vernos a través de una malla de metal y la ventana opaca de un Transcaribe.

Yo sé que la belleza está en ver las cosas como no son, pero cuando recuerdo al venado bajo la lluvia, no necesito que sea otra cosa. Así como la lluvia no necesita tocar mi piel y el venado no necesita que yo lo nombre, verlo es suficiente para entender que, en este calor, todas las cosas desean entrar en la lluvia. El venado y yo conocemos su secreto: en esta ciudad, cada vez que llueve, es la primera vez.

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